La clave para lograr que «las cosas estén hechas»

En nuestra tarea de consultores tratamos a diario con empresarios cuya principal actividad es tomar decisiones que conduzcan a la organización a cumplir con la meta.

Es sorprendente escuchar a esta gente de coraje y acción quejarse amargamente del trabajo que implica lograr que «las cosas estén hechas».

En general, esta dificultad es adjudicada a la falta de capacidad o de compromiso de aquellos que deberían ejecutar las tareas y políticas definidas en la Dirección. Es frecuente escuchar a los Directores decir que por más que le expliquen detalladamente las cosas a su gente, el resultado, la mayoría de las veces, no es satisfactorio.

Podríamos coincidir con muchos de estos argumentos si no fuera que esta dificultad está tan generalizada. El solo pensar que esto ocurre en casi todas las empresas, sin importar la cantidad de empleados ni la facturación, nos lleva a la convicción de que la respuesta transita por caminos no recorridos habitualmente en la búsqueda de la solución.

Creemos firmemente, después de haberlo pensado y debatido en la solución de situaciones prácticas concretas, que el nudo de este gran problema radica en que «las cosas son más complejas de lo que se piensa».

Esta afirmación puede parecer una simplificación de tal magnitud que bien podría no ser tenida en cuenta al momento de decidirse a pensar seriamente.

Pero, sin entrar en las profundidades de las ciencias, tanto la Física, la Biología como la Informática y otras, consideran a la complejidad como una característica básica de los sistemas con los que habitualmente interactuamos.

Por otra parte, es habitual escuchar que cuando se delegan tareas para que las hagan otros, lo que se explica es «qué hay que hacer» pero muy pocas veces se dice el «por qué» y el «para qué» cuando en realidad el por qué y el para qué son los que le dan sentido a la tarea.

De esta forma, si partimos de tareas que tienen una complejidad muy superior a la supuesta, tanto por quién da la orden como por quién la recibe, y el sentido del trabajo a realizar no queda lo suficientemente explícito para ambos, lo más probable es que los resultados estén muy alejados de los esperados.

En este contexto no debería llamar la atención que cueste tanto trabajo «que las cosas estén hechas».


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